Tu aire y mis pulmones.

No sé que decir, porque no puedo decir nada. El tren sale a las cuatro y aun faltan cinco minutos para ello, una eternidad. El tiempo pasa lentamente en un momento que me asfixia, no aguantaré mucho más en pie. Me dices algo de espaldas y no te oigo, supongo que no seria importante. Porque lo importante me lo dices mirándome a los ojos, clavándome las pupilas y bebiéndome por dentro. Cómo cuando nos entendíamos con una sonrisa o cuando estaba nevando y tus ojos me lo contaban. Cómo cuando me dijiste que te tenias que ir. Tu boca no se abre, de tu aliento no salen palabras y lo agradezco. Interpreto que eso es lo más importante. Desvías tu mirada al suelo y entonces aprovecho yo para mirarte. Tus ojos se fijan en el suelo y los mios en los tuyos, en tus labios, en tu pelo despeinado, en tu mancha detrás de la oreja. Me coges las manos y las miras fijamente. Sé perfectamente que apenas quedan unos segundos, pero no quiero hacerme a la idea de no volver a llevar tu olor encima, de ver en cada mirada tus ojos. No quiero que llueva en mi cielo, que no salga el sol y nuestras carcajadas se las lleve el viento. Miro al suelo y con tus dedos rozas mi barbilla, levantas mi cabeza y mi mirada, y ocurre. Las dos se cruzan. Me dices tanto en tan poco que a mi corazón no le da tiempo a reordenar tus "te quiero" y tus "siempre" y me falta la respiración. Asoman las luces del tren, un último beso roza mi mejilla. Acerco mi mano y acaricio tu cara mientras una lágrima brota de tus ojos marrones, contagiándome. Te separas poco a poco de mi intentando no soltar mi mano, pero aquí acaba, yo no avanzo contigo, y se sueltan con la inercia. Un "adiós" creo oír de tu boca, "hasta siempre" dice mi hilo de voz. 

En este atardecer, en esta estación desde donde se ve la orilla del mar, el tren se va,

y yo me quedo plantada mientras mi pelo ondea con el viento salado,

y mi corazón, se va contigo.

Por: Yaisa Serrano