Me levanté de la cama con ganas de empezar un nuevo día de instituto (en mi caso, un poco raro) y estrenar mis nuevas deportivas. Salí de casa a toda prisa y no me dio tiempo a atarme los cordones de las deportivas. Di al botón del ascensor, pero tardaba demasiado, así que decidí bajar por las escaleras. 4 pisos andando, sin agua, sin comida, con una mochila hasta arriba y menos de 5 minutos para descenderlas; iba a ser todo un reto. Me dispuse a bajar las escaleras del 3er piso y me choqué con el carrito de una vecina que se iba a hacer la compra, le pedí disculpas y seguí descendiendo. En el 2º piso, salió de su casa un vecino con su perro, como era habitual, pero al perro no se le ocurrió otra cosa que morderme los cordones de las deportivas. ¡Maldito perro! me los había destrozado... Aparté al perro de mi camino y seguí bajando las escaleras de 4 en 4, tan rápido, que me pisé un cordón. Me tropecé y bajé rodando hasta el 1er piso. Antes de bajar las próximas escaleras, me até con fuerza los cordones y bajé pegada a la pared sin perder de vista la barandilla. Cuando por fin llegué al bajo, respiré profundamente y abrí la puerta del portal. Mis amigas estaban allí, miré el reloj y supe que había llegado a tiempo. Una vez fuera, di el primer paso y noté como algo blandito y jugoso se pegaba a mi suela. Genial, era un chicle. La próxima vez bajaré en ascensor.
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