domingo, 10 de abril de 2011

NEW YORK (IV)

Poco a poco iba entendiendo la confusa situacuón. Según Ruff, el misterioso chico, yo poseía uno de los amuletos más antiguos de la historia. Era una diminuta cajita de ébano que me habían regalado por mi sexto cumpleaños que ahora debería estar cubierta por una gruesa capa de plovo y tirada por algún lugar del trastero. Nunca me había gustado, de hecho desde el preciso momento en que mi abuela me lo regaló, lo aparté a un lado bastante disgustada porque no era el flamante poni que yo deseaba. Me costó hacer memoria y recordar aquel inmundo objeto, pero una vez localizado mi sorpresa fue aún mayor al no comprender qué albergaba aquello. Según Ruff, la "cajita" había pertenecido a una hechizera de la edad media que le había proporcionado poderes al pequeño objeto. Esos poderes, para mí, simples paparruchas, consistían en proteger de cualquier mal a su dueño y fortalecerlo interiormente, otra razón para no creerme aquello, pues desde que la teía, nunca me había sentido especial sino todo lo contrario. Ruff continuó diciendo que un grupo de brujos la querían a toda costa y que yo era el blanco de su planes. Todo aquello no me convencía lo más mínimo, lo único que quería era volver a casa y poder regresar a la rutina en la que me había visto sumida en los últimos meses. No había pasado ni un día desde que conocía a Ruff a pesar de que sentía en mi interior que eso no era si.
Por: Denisa Brinceanu

No hay comentarios:

Publicar un comentario