domingo, 29 de mayo de 2011

Algunas de mis noches.

De madrugada, en la penumbra de una noche inmensa en la que lo único que iluminaba las calles, cada 20 metros, era la luz de las farolas una tras otra, íbamos cogidos de las manos. Alzamos la vista al cielo. Apenas se distinguían estrellas, pero pude ver que un puñado de ellas formaban tu nombre. Caminábamos de un lado hacia otro, sin coordinarnos bien y nos dirigíamos al ático de tu edificio. Cuando llegamos, armando un gran escándalo, con el pelo enmarañado y despeinado, y la ropa descolocada y cedida, nos asomamos al balcón y nos apoyamos, juntos, en la barandilla. Volvimos a posar la mirada en el horizonte; ahora se distinguía un fondo negro, despejado y profundo, con millones de puntitos incandescentes, brillando fuertemente. Todos los tipos de luces que formaban aquel espectáculo nos cegaba. Parecía una noche llena de pequeñas luciérnagas colocadas en orden. De puro cansancio, nos desplomamos allí mismo y nos caímos tendidos sobre el suelo frío; abrazados como dos extravagantes locos en la noche. Solos. Pero llenos el uno del otro.

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