
Ese hombre me apuntaba con un afilado cuchillo y se aproximaba a mí muy seguro de si mismo. Yo no disponía de nada con lo que defenderme y tan solo me salvaba la distancia. Un rápido vistazo a mi alrededor me sirvió para avistar una barra de hierro de considerables dimensiones cerca de donde me encontraba. La tomé rápidamente y me dispuse a defenderme. No muy decidida, me acerqué y golpee con fuerza la mano de mi agresor, pero no pareció notarlo, porque inmediatamente se colocó a pocos centímetros de mí y me clavó el afilado cuchillo en el brazo. Me retorcía de dolor cuando una nueva puñalada me alcanzó de lleno en le otro brazo. El intenso dolor me recorría cada célula del cuerpo y me quitaba las fuerzas momento a momento. Él se reía con ganas a pocos metros de mí y me decía algo que no llegaba a entender, pues el dolor me nublaba la mente. Intenté darme ánimos y conseguir levantarme. Los esfuerzos dieron sus frutos ya que con un equilibrio precario conseguí incorporarme. Él seguía hablando ajeno a lo que yo había logrado. Aprovché la situación y reuniendo las pocas energías que me quedaban, alcé la barra de hierro y la descargué contra su espalda furiosa. Contemplé cómo caía al suelo y quedaba inmóvil ante mí. Cansada y herida, no esperé ni un segundo más; me encaminé hacia cualquier sitio lejos de allí. El silencio de la noche me envolvió y la oscuridad tragó mi silueta hasta no quedar ni rastro de mí.
Me volví a despertar otra vez empapada en sudor, y con la habitual opresión en le pecho, me di cuenta que volvería a vivir aquello una y otra vez hasta que el tiempo decidiera que todo aquello era agua pasada...
Por: Stefania Denisa Brinceanu
Por: Stefania Denisa Brinceanu
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