viernes, 20 de mayo de 2011

Colgante

Eran las tres, faltaba una hora para que el autobús llegara y yo ya estaba allí, esperando. Era la primera vez que iba a pasar tanto tiempo fuera de casa, y sola, lo cual me parecía emocionante e intrigante a la vez. Me senté en el suelo, porque la parada estaba abarrotada de gente, pero no pude quedarme quieta más de unos minutos y me levanté y comencé a caminar de aquí para allá. La hora se me hizo eterna y no me sentí más tranquila hasta que no vi acercarse el autobús desde lejos.
Tras las cinco horas que había durado el viaje, bajé del autobús con todos los músculos del cuerpo encogidos; intenté inspirar la máxima cantidad de aire que pude y una vez que lo expulsé, me sentí notablemente mejor. El campamento estaba ante mí y prometía hacerme pasar aventuras inolvidables.
Habían pasado tan solo tres días de los diez que estaba previsto pasar allí y habían pasado multitud de cosas. Sin duda la más extraña fue la pasada noche que salí a por leña para el fuego y me encontré un curioso colgante en el bosque. Era una pluma en el interior de una esfera de un color grisáceo. Comprobé que la esfera cambiaba de color y lo peor, comprobé que no me lo podía quitar. No pasaron más de dos noches cuando la presión que venía sintiendo desde hacia poco tiempo en el cuello, fue insoportabable. La mañana siguiente, Sofía, mi compañera de habitación, se llevó la sorpresa más grande de su vida. Por: Denisa Brinceanu

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