domingo, 8 de mayo de 2011

NEW YORK (VIII)

No me equivoqué al pensar que el abrecartas me sería útil.
Me volví a tumbar en el sofá y seguí fingiendo. No mucho tiempo después, Ruff y dos más aparecieron allí, junto a mí y me examinaron con cautela. Intenté controlar mi respiración, pero me era muy difícil al saberme observada y con mucho esfuerzo mantuve mi farsa ante los desconocidos. Sentí unas robustas manos que me cogía y me llevaban a otro lugar. Para mi sorpresa, me devolvieron al agujero. Cuando me incorporé pude ver que frente a mí había un plato con comida y una botella de agua al lado. Tení muy buena pinta y yo estaba hambrienta. Lo pensé detenidamente, pero el estómago fue más fuerte que la mente y acabé por comérmelo. Tras varias horas no sentía nada anormal por lo que desheché la idea de que pudiera estar envenenado. Mi túnel de salida, poco a poco empezaba a cobrar forma y tan solo me bastaron un par de horas más para encontrar mi salvación. Desorientada alcé la cabeza y escruté todo a mi alrededor. Comprobé que cerca de donde me encontraba estaban reunidos todos mis secuestradores, por lo que sigilosamente me dirigí a lo que parecía una puetra. Detrás de ella había un enorme perro que me miraba con odio y que le bastaron unos segundos para comenzar a ladrar. Como era de esperar no tardaron en manifestarse más problemas. Uno de los hombres cruzó la puerta y me descubrió allí, aterrada y hecha un manojo de nervios. Decidí empuñar el abrecartas que había cogido de la gran mesa y con el poco valor que me quedaba, le planté cara.
Por: Stefania Denisa Brinceanu

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